viernes, 1 de octubre de 2010

La cajita de los recuerdos


Por equivocación, hoy a la mañana Esteban se llevó la llave de mi auto, así que lo llamé por teléfono.

-Llego tarde a la oficina, decime dónde está la copia de la llave.
-Fijate en el placar, entre los zapatos hay una caja.
-A ver, bancá. No cortes que me fijo.

Ahí estaba. La cajita de los recuerdos de mi marido. Una caja de zapatos vieja con todo tipo de chucherías de sus ex novias, incluyendo fotos de él con otras chicas a upa. Regalitos, cartas y no sé cuántas pavadas más porque no me quise detener a mirar.

-¿Encontraste la llave? –preguntaba Esteban, desesperado porque sabía lo que ocurría.
-No, acá no hay nada. Chau.

Tomé un taxi, pagué 20 pesos y llegué a la oficina. Mi marido, vía mail, era una cola de paja viviente. Estaba ahí mismo, en el Outlook. “Avisame si te llevo el auto o a qué hora lo necesitás”, decía.

-¿Cómo vas a hacer para darle de comer a Antonia al mediodía? –siguió.
-No te preocupes. Le digo a la niñera que se fije en tu cajita de los recuerdos. A lo mejor aparece una mamadera.
-Si no decile que busque la llave directamente. Capaz que si no chusmea entre el cachivache la encuentra.

Pensaba prepararle a Esteban un tiramisú para mañana, que es sábado. Pero no. Mejor no. Que se arregle con alguna tarta de manzana de 2002. Seguro que tiene alguna porción por ahí guardada, embalsamada, de recuerdo, el muy nabo.